Surcos en el recuerdo y la esperanza
Para el amigo labrador
que se alejó soñando por los surcos
del huerto. Y ya no regresó.
Aquellos días, tan cerca ,ay Dios, y tan lejanos,
éramos huéspedes del huerto cada tarde
donde el corazón se inundaba de aire limpio.
Junto al pozo crecían un laurel y dos olivos
que ahora estarán empapados de tristeza.
Aquel viejo labrador, entonces,
alzaba los brazos seguros y triunfantes,
para alentar las fuentes de la vida,
los senderos del fruto y de la flor.
Traía una continua fiesta en la mirada, lo recuerdo,
y una música silvestre por los labios.
Regresaba el tempero, hería la hierba maliciosa,
rasgaba el pecho fuerte de la tierra,
olvidando la congoja de los huesos:
-Ya encontraremos a la vuelta una yacija-,
así decía. Ahora hay que bregar,
que el sudor sirve pan oloroso en el mantel
y la abuela sabrá repartir, ya lo verás,
con sus manos tiznadas de tiempo.
Luego llegaba entre las flores,
surco arriba y abajo el corazón.
Y prendía del aire la canción transida
de otros hombres lejanos, de otras tierras,
de otros huertos preñados de espera,
de modo que el trabajo de la huerta
era para él como un abrazo,
y el sudor un recio manantial,
y el día un portal abierto y clamoroso.
Aquel amigo labrador estará
en algún lugar de las estrellas,
hundiendo los pies en surcos tan rectos,
abonados de espuma.
Andará entregado al fulgor y la esperanza,
como estos recuerdos rotos que yo traigo
para siempre atados a la sangre.
Tomás Rodríguez