Las Espundias
Desde Cabeza del Caballo y bordeando el regato del Pizarrón llegamos a la caseta de Gavilanes. Dede allí y mirando hacia el Este vemos como si un gran cataclismo hubiese hecho desaparecer el río. Solamente cuando las fuertes lluvias lo hacen crecer éste se hace visible bramando entre las rocas. Con el cauce normal, e incluso elevado, se puede cruzar por encima de ellas como si el río no existiera
Merece la pena visitar esta zona en primavera o en verano cuando el cauce es mínimo. Entonces se puede uno aventurar a entrar en las cavidades que el agua ha ido creando al discurrir durante miles de años entre las rocas. Ese agua y la arena que arrastra han ido puliendo el granito, alisando sus aristas y modelando oquedades. De esa manera se han ido formando pequeñas grutas, las cuales, si bien no son espectaculares, sí nos permiten disfrutar de una experiencia que es difícil disfrutar en un paisaje cuyo sustrato esta dominado por el viejo zócalo granítico tan poco favorable ala formación de cualquier tipo de cuevas. El mejor momento para ir, como digo, es cuando el agua discurre como en un riachuelo. Entonces la escasa corriente te permite acceder en todas las pequeñas grutas, alguna de ellas después de encontrar la entrada de una manera accidental. Ya dentro podemos sentir como el agua pasa e nuestro lado; su murmullo mezclado con el revolotear de algún murciélago o el chapoteo lejano de una nutria, te permiten disfrutar de una atmósfera realmente extraña y, desde luego, única en nuestro entorno.
Éste es un hábitat idóneo para la nutria.Varios ejemplares lo utilizan para construir su madriguera, para ocultarse, cazar o juguetear entre las rocas que le sirven de escudo ante cualquier depredador.Sin embargo, olvidaros de poder disfrutar de su presencia.Su carácter huidizo la hacen ser cauta y solamente sale de su escondrijo al amanecer o ya casi añochecido.Solamente los restos abundantes de sus defecaciones o una pequeña roca mojada a su paso nos sirven de testimonio de que es una zona muy frecuentada por este mustélido cuya presencia, dicen,es una prueba del buen estado de las riberas.
Al final del conjunto rocoso, ya donde el río comienza a prepararse para su discurrir normal hay un pequeño arenal escondido entere las piedras , los sauces y algún fresno.A su lado y sobre una peña cubierta de musgo una antigua hoya en forma de asiento nos podría contar las largas noches al acecho que pasaba el Tío Higinio a la espera de la nutria.No era fácil aguantar las largas noches de primavera o de otoño.El frío y la humedad se te mete hasta los huesos.Pero el Tío Higinio no era un cazador normal y la necesidad de alimentar a seis hijos hace agudizar el ingenio: durante toda la tarde hacia fuego en la mencionada hoya.De esa manera se calentaba la roca. Luego quitaba los restos de las brasas y tapado con una manta se apostaba en el cazadero a esperar la salida de la nutria.Un certero disparo y una piel más a unir a las de otras nutrias,a las de alguna jineta, alguna zorra...Esto y la venta de algún que otro conejo caído en los lazos y cepos expertamente colocados eran imprescindibles para poder alimentar a la familia.Eran tiempos difíciles y cazar no era un juego.Un cartucho costaba tiempo y dinero preparalo.Había que meter el pistón a la vaina recuperada de otros disparos; atacar la pólvora,meter el taco, los perdigones y la estopa.Un cazador tenía que ser bueno no sólo por orgullo sino fundamentalmente por necesidad.El Tío Higinio lo era además por audaz ya que está claro que alguna de sus artes no eran legales y había que andar siempre con la Guardia Civil al acecho.Sin embargo, la caza al igual que la pesca eran abundantes y el daño que él y otros hacían a las diferentes especies era perfectamente asumido por éstas.Han sido otras causas ambiéntales y los cambios en la forma de explotación de la tierra los que han ido poco a poco terminando con aquella abundancia.