Hay dos formas opuestas de preparar una marcha: Salir al campo directamente sin conocer más que el punto de partida y el de llegada, y esperar que el camino te vaya descubriendo a cada paso las dificultades que te puedes encontrar. Si lo haces así se te pueden presentar escollos infranqueables, distancias que no esperabas, lugares inaccesibles,... pero también lleva aparejada una mayor sensación de la aventura, de ir viendo poco a poco lo que se esconde detrás del horizonte, de ir sorteando dificultades imprevistas.
La manera contraria consiste en hacer previamente el recorrido mediante otros medios, por ejemplo en coche, estudiar concienzudamente cada espacio por el que vas a ir, las dificultades del camino. los lugares donde puedes descansar o avituallarte... De esta manera puedes saber los kilómetros que has de hacer cada día, los parajes que vas a ver, los pueblos o ciudades con que te vas a encontrar.
Nosotros solemos utilizar un método intermedio aunque preferimos que prime el la improvisación sobre la planificación. En esta marcha la única ayuda con la que hemos contado ha sido la de un mapa de carreteras y viéndolo por encima calculamos que la distancia a recorrer sería de entre 180 y 200 kilómetros.
La imagen que nosotros teníamos de la zona de Portugal por la que discurre el Duero comprendería una zona de unos 20 klms de arribes similares a los de la ribera española. Después pensábamos que habría una zona llana y árida con pequeños pueblos similares a los nuestros. En nuestra mente el Duero continuaría discurriendo entre bancales de olivos y viñas y después zigzaguearía entre tierras cada vez más llanas, cubiertas de grandes heredades y casas solariegas. También pensábamos que Oporto estaría situado en una gran explanada al lado de un Duero cada vez más extendido. De todo esto, solamente sería cierto, en parte, la continuación de los arribes más allá de la frontera.
Nuestros respectivos trabajos nos habían impedido reunirnos para distribuir definitivamente los pertrechos que habíamos de llevar cada uno. Francis de la Petra nos había dejado tres grandes mochilas y Pepiño nos había regalado otras tres más pequeñas. Cuando nos quisimos dar cuenta teníamos llenas las seis. No nos podíamos imaginar de donde había salido todo lo que llevamos contando además con una gran caja de todo tipo de embutidos que Cárnicas Pepiño nos regalo a última hora.. Manolo y Sebastián se tiraron la mochila grande a la espalda y la pequeña al pecho-parecían paracaidistas-; yo metí la pequeña dentro de la grande como pude y me las puse a la espalda. La cara que pusimos los tres cuando comprobamos que el peso que teníamos que llevar hasta Oporto anunciaba el sufrimiento que nos esperaba. Sin embargo ya era demasiado tarde para demorar la salida y pensamos que cuando parásemos a merendar algo comenzaríamos a quitar peso y a distribuirlo mejor.
Así comenzamos a andar atravesando el puente internacional de la vieja vía del ten, no sin antes recibir la visita de un pequeño zorro que al parecer ronda por Vega Terrón atraído por la comida de los visitantes.. Afro nos acompañó hasta la antigua estación de Barca D´Alva para sacarnos unas fotografías y desde allí emprendemos el camino de traviesa en traviesa. Durante los primeros kilómetros, las viejas vías estaba bastante transitadas y nos pareció que íbamos a ir por un camino bastante despejado de los molestos guijarros que se habitualmente hallan desperdigados por los pequeños senderos que hay al lado mismo de los raíles y encima de las maltrechas traviesas de roble. Pronto nos daríamos cuenta de que eso no sería así y de que la vía estaba aun más deteriorada en la zona portuguesa que en la española.
A medida que nos alejamos de Barca D´Alva los arribes parece que se van ablandando y el terreno parece menos escarpado. Caminamos por la orilla izquierda del Duero y al lado mismo de éste, en muchas ocasiones al borde de elaborados muros de contención que elevan la vía férrea sobre las tranquilas aguas del río. Sabemos que ésta se halla retenida por una presa situada a unos treinta kilómetros más abajo. Vemos que la otra orilla del río es un poco más llana y se halla mejor cultivada por el hombre, pero no vemos caminos que nos hubieran permitido ir por aquel lado. Como en tierras españolas varios puentes, no tan elevados como los de La Fregeneda, permitían que el tren circulase en su época sorteando las dificultades del terreno. Así mismo comenzamos a atravesar algún pequeño túnel. Cada vez vemos mas abandonada la vía y en algunas ocasiones tenemos que sortear grandes rocas caídas sobre ella desde las laderas adyacentes. Además la exuberante vegetación se ha ido adueñando del espacio de las vías y entre las traviesas además de numerosos matorrales algunos árboles - hojaranzos, olivos y almendros silvestres, carrascos, eucaliptos,..- nos obligan a sortear el viejo camino del tren y llegamos a pensar que tal vez tengamos que salir de allí subiendo por los peligrosas rocas que se extienden por la pronunciada ladera. Finalmente comprobamos que solamente son pequeños los tramos con dificultad para seguir la vía. Vemos que cada pocos cientos de metros hay antiguas casetas dedicadas al mantenimiento del ferrocarril y así llegamos a las primeras y abandonadas estaciones en cuyas paredes están escritos los nombres de los pueblo a los que pertenecen. La primera es la de Almendra , después la de Castello o Melhor, mas tarde la de Vila Nova de Foz, todas ellas situadas a varios kilómetros del los núcleos urbanos. Hasta esta última llegamos ya oscurecido y decidimos cenar allí y pernoctar en alguno de los edificios abandonados. Sin embargo la suciedad reinante en todos ellos y la buena temperatura nos invitan a pasar la noche a la intemperie. Intentamos llamar a casa por nuestros teléfonos móviles pero pudimos comprobar que no los habíamos programado correctamente y nos era imposible hablar desde Portugal. Sin embargo si podíamos recibir llamadas desde España. Ni siquiera armamos la tienda de campaña y cada uno preparamos nuestro lecho al abrigo de un enorme eucalipto muy cerca del río. Allí pasamos la noche respirando el penetrante aroma de sus hojas mientras a nuestro alrededor varios ruiseñores nos regalaban sus hermosos trino y, como ese día aun no había hecho demasiada mella el cansancio, dedicamos buen rato recordar alguna que otra historia. Antes de dormir Sebastián nos dio un pequeño susto cuando sobresaltado abandono su saco de dormir después de confundir la cuerda de sujeción se su linterna con el rabo de una culebra. El cachondeo posterior fue mayúsculo.
Hasta aquí hemos andado veinte kilómetros y no hemos visto a nadie por el camino. Solamente nos cruzamos con una motora que navegaba al atardecer llenando con su estela las tranquilas aguas del Duero.