Día 20     

            Cuando nos levantamos este día aun no ha salido el sol. Ello nos permite contemplar como, antes de emprender el camino, aquel comienza a verse en lo alto de los primeros montes mientras la aurora se refleje en las tranquilas aguas del Duero.

            Con las nuevas fuerzas que nos proporciona la fresca mañana comenzamos a ascender hasta San Joao da Pesqueira. Aun tardamos más de una hora en llegar hasta allí. A la entrada del pueblo nos encontramos una fuente de abundante agua en la que pudimos asearnos someramente y luego nos dirigimos hasta un pequeño bar en el que un buen café nos recuperó definitivamente. San Joao de Pesqueira nos pareció una pequeña ciudad cuidada y limpia. Nos llamó la atención un viejo palacio de puro estilo barroco portugués que nos hizo suponer el rancio abolengo de esta villa rodeada de ricas quintas.

            Aun continuamos subiendo varios kilómetros por una carretera nada buena en la que los rollos sobresalían de la brea para el consiguiente disgusto de nuestros doloridos pies. Una llamada telefónica, que se haría habitual todos los días de nuestra ruta, de nuestro amigo Francis desde Madrid nos anima especialmente para seguir en el empeño de llegar a la meta propuesta. Parece que nunca vamos a llegar a lo que suponemos una amplia altiplanicie pero, cuando conseguimos contemplar el lejano horizonte después de mas de quince Kilómetros subiendo, pudimos comprobar como lo que había más allá eran nuevos y profundos valles. Detrás del primero se extendían altos monte y temblamos al pensar que tendríamos que cruzarlos para llegar de nuevo hasta el Duero. Pronto veremos que no es así y el primer valle nos llevará directamente hasta él.

            Mientras descendíamos por la carretera  nos entretenemos en contemplar como todas las laderas del valle se hallan ocupadas por viejas y nuevas explotaciones vitivinícolas y olivareras.. Las antiguas nos maravillan por las esforzadas construcciones de las paredes de pizarra que sujetan la tierra de los bancales. Las modernas nos impresionan cuando vemos los casi inaccesibles lugares a donde han llegado las enormes retroexcavadoras creando nuevos espacios para las cepas y los olivos. Vemos como trabajan algunas de estas máquinas, las cuales asciendan hasta la misma cima de los montes y no dejan sin roturar más que los escasos lugares ocupados por escarpadas torrenteras o por  pequeñas afloraciones rocosas. Esos lugares inaccesibles se hallan invadidas de una vegetación silvestre que imprime al paisaje una especial belleza al realzar su contraste con las tierras intensamente cultivadas. La primavera aún no está en todo su esplendor pero nos permite imaginar la exuberancia de todas estas explotaciones cuando las cepas estén totalmente cubiertas de hojas. La ausencia de pequeñas viñas y el capital que se supone necesario para la roturación de las enormes extensiones que se están efectuando actualmente nos hace pensar que la mayor parte de las tierras que recorremos están en  manos de los dueños de las ricas quintas que poco a poco nos vamos encontrando a nuestro paso. Pero también hemos podido contemplar las instalaciones de grandes cooperativas y de algunas famosas marcas de vino.

         En una de las, a partir de ahora, numerosas fuentes que iremos viendo junto a las carretera, Manolo comete el error de descalzarse y remojar bien sus doloridos pies, uno de los cuales ya ha sufrido el pinchazo de una traicionera punta de las suela de sus botas. Pensamos que el humedecer sus pies será una de las causas que pronto van a hacer aflorar varias ampollas en ellos. Además intenta cambiar de calzado pero descubre que el nuevo le molesta aun más.

            Comemos a la sombra de un viejo olivo a escasos metros de la entrada al pueblo de Ervedosa do Douro. Allí entablamos conversación con varios esforzados jornaleros que se dirigen a su trabajo. Después de asombrarse de nuestras intenciones de llegar a Oporto andando nos afirman que aun nos quedan unos ciento veinte kilómetros. Ello nos da confianza en nuestras fuerzas pero la cifra nos parece corta. Descansamos un rato, siempre con los pies descalzos para que se refresquen, y luego paramos en el pueblo para  tomar un café y ¡ hasta un cubalibre¡, no sabemos si para celebrar que casi hemos llegado a la mitad del camino o para no pensar en los sufrimientos que nos pueden quedar. Después continuamos bajando por este ya casi familiar valle en cuyo fondo discurre lo que en un principio nos parece un arroyo y que, cuando nos vamos acercando a él, descubrimos que es un pequeño río por el que baja un caudal apreciable: el Torto. Junto del Duero cruzamos aquel por un puente bajo el que vemos el primer barco de un calado apreciable aunque destartalado y herrumbroso. Al otro lado del gran río se halla Pinhao, una población residencial en cuyo muelle fluvial se pueden ver bastantes embarcaciones deportivas.

         Miramos el mapa y vemos que a partir de aquí y hasta Peso da Regua la carretera se dibuja al lado del río y por lo tanto aquella ha de discurrir por terreno llano. Eso nos anima y Manolo se atreve a darse un baño el las frías aguas del Duero mientras yo me entretengo en sacar fotografías a las espectaculares viñas que ocupan gran parte de las laderas que nos circundan. Pero el buen estado de la carretera lleva consigo una mayor circulación de vehículos y con ello un mayor riesgo a la hora de caminar por sus inexistentes arcenes. Muchos automovilistas nos saludan y algunos paran para ofrecernos amablemente un sitio en sus vehículos y a los cuales tenemos que convencer de nuestra intención de seguir caminando.

            Más adelante paramos en un bar a tomar unas cervezas y allí cometemos el mayor error de toda la marcha. Entablamos conversación con unos chavales que se hallaban sentados en la terraza. Cuando ya les habíamos contado nuestras intenciones de llegar andando hasta Oporto comenzamos a darnos cuenta de que habíamos metido la pata y de que no se trataba de gente sana. Cuando reanudamos el camino comentamos entre nosotros que no sería la última vez que nos los encontraríamos por el mismo. Y así ocurrió varios kilómetros más adelante. De pronto una destartalada furgoneta Toyota, de esas que tanto abundan en Portugal, nos adelantó y se atravesó en la carretera sin ningún respeto por los coches que circulaban en sentido contrario. En seguida reconocimos a nuestros amigos. Solamente que ahora eran seis en lugar de los cuatro que habíamos conocido en el bar. Venían descamisados, bebiendo cerveza y fumando porros. Comenzaron sacar los brazos por las ventanillas y a pasárnoslas por encima de las mochilas. Pensamos que intentaban llevarse algo. Luego comenzaron a insistir en que nos subiéramos con ellos a lo que nos negamos rotundamente. Finalmente conseguimos que se fueran pero les entendimos que nos veríamos más adelante para que les invitáramos a unas cervezas. La situación comenzó a preocuparnos. La verdad es que, a excepción de uno de ellos que era el que peor aspecto  tenía, el resto eran bastante jóvenes y poco corpulentos. Nos llegamos a plantear que, si ni llevaban armas y nos quitamos las mochilas los podíamos lanzar a todos al río. El enojo que teníamos encima era tal que llegamos a tener más miedo de nuestra reacción si nos los volvíamos a encontrar que de lo que ellos nos pudieran hacer. Si no hubiésemos quedado con Sebastián en Regua les habríamos despistado parándonos a cenar y a dormir antes de llegar a la ciudad ya que comenzaba a tardecer. Pero había que seguir adelante y lo que hicimos fue mirar de nuevo el mapa para buscar un camino alternativo. Pudimos ver que antes de llegar al núcleo urbano hay una presa sobre la que discurre una carretera que cruza a la otra orilla el río. Esa era una buena solución pero cuando nos vamos acercando al cruce de carreteras ya vemos aparcada la furgoneta de nuestros pegagojos compañeros de viaje. Se están tomando unas cervezas en la barra de un solitario kiosco-bar que allí había. Ya anteriormente habíamos pensado en llamar a la policía pero la falta de cobertura de nuestro teléfono móvil no nos lo permitía. Lo que si hicimos fue simular que hablábamos por él por mientas nos acercábamos a ellos para hacerles creer que podíamos estar pidiendo ayuda o al menos que no estábamos solos. Esto debió surtir algún  efecto ya que el que nos pareció el cabecilla no se acercó a nosotros. Si lo hicieron los demás y comenzaron a pedir que los invitáramos a beber e incluso que les diéramos dinero. Pudimos comprobar que al menos dos de ellos, tanto por su fisonomía como por su acento árabe, eran de origen norteafricano. Esto, unido a que ninguno de ellos llevase tatuajes en sus desnudos torsos, nos inclinó a pensar que no eran delincuentes sino, tal vez, una cuadrilla de jornaleros de alguna de las abundantes quintas que había por allí. Esto nos tranquilizó pero les insistimos en que no nos podíamos parar ya que nos estaban esperando y ya era demasiado tarde. Nos zafamos de ellos como pudimos y allí quedaron bastante enfadados y soltando algún que otro insulto. Decidimos no cruzar la presa y seguir por la carretera por la que veníamos ya que comenzaba  a hacerse de noche y al estar bastante transitada pensamos que no se atreverían a crearnos problemas  mientras hubiera coches. De todas formas temimos que hasta pudieran atropellarnos con su furgoneta y tomamos todas las precauciones cada vez que se acercaba una parecida a la suya. Pronto vemos que se acercaban de nuevo y otra vez se cruzan en la carretera con verdadero peligro para la circulación. Ya nos ven caras de pocos amigos y casi ni paran junto a nosotros. Deciden alejarse profiriendo insultos mientras nosotros estamos tan enfadados y nos sentimos tan impotentes ante lo que nos está ocurriendo que decidimos que si se vuelven a acercar a nosotros nos enfrentaremos a ellos y que salga el sol por donde sea. Finalmente llegamos a Regua entrada la noche y pudimos respirar cuando cruzamos su puente principal hacia el centro sin volver a encontrarnos con aquella gente. Aun así no descartábamos encontrárnoslos el día siguiente.

        Llegamos a la estación del tren a las 21.4O horas. Buscamos a Sebastián y no lo encontramos . Supusimos que se habría cansado de esperar, ya que habíamos calculado que nos encontraríamos con él al atardecer, y que habría aprovechado la salida del último tren hasta Oporto para esperarnos allí al final del camino. Aguantamos hasta que se cerro la estación del tren y luego decidimos buscar un lugar para cenar ya que no era hora de salir de la ciudad para hacerlo tranquilamente en el campo con nuestras habituales viandas. Además estabamos realmente cansados ya que los últimos kilómetros los habíamos andado a marchas forzadas. Entramos en un burger y pedimos unas hamburguesas con patatas. Cuando nos levantamos de la mesa yo casi no podía andar. Mis pies estaban tan doloridos que pensé que tenían que estar llenos de ampollas. Daba lastima ver como andaba por la calle con la mochila al hombro hasta que poco a poco comenzamos a calentar los músculos y el dolor se fue haciendo soportable. Manolo parecía más entero pero solamente era en apariencia como veríamos más tarde. Dado el estado en que nos encontramos y pensando que Peso de Regua es una ciudad bastante grande y extendida por varias colinas a lo largo del Duero y nos costaría salir de ella para dormir bajo las estrellas, decidimos buscar una pensión o un hotel para pasar la noche. Nos informaron que solamente había tres. En dos de ellos nos dijeron que estaba completo pero a nosotros nos dio la sensación de que, por nuestro desaliñado aspecto, no ofrecíamos la suficiente confianza como para darnos alojamiento. El tercero era de cinco estrellas y en él ni se nos ocurrió preguntar. Como unos pordioseros nos dispusimos a abandonar la ciudad y buscar alojamiento entre los árboles. Pero cundo pasamos junto a un bar se nos ocurrió entrar para ver si tenían teléfono y llamar a Afro el del Junco. Este nos había servido anteriormente de enlace y pensamos que tal vez Sebastián se había puesto en contacto con él al comprobar que no llegábamos al punto de encuentro a la hora prevista. Hubo suerte y nos pudimos enterar de que nuestro compañero se hallaba alojado precisamente en el hotel Residencial?, precisamente en uno de los que no se nos admitió como clientes. Hasta allí nos dirigimos y finalmente pudimos encontrarnos con Sebastián que había estado toda la tarde esperándonos y se había rendido apenas diez minutos antes de que nosotros llegáramos a la estación del tren . Además gracias a su medicación y por arte de magia apareció una habitación libre.

            Ya eran más de las doce de la noche y nos parecía mentira estar frente a dos hermosas camas y junto a un cuarto de baño cuya ducha nos estaba aguardando. Yo me descalcé esperando encontrar  mis doloridos pies llenos de ampollas La sorpresa fue mayúscula cuando encontré solamente una pequeñísima y en una zona que no apoyaba al caminar. Sin embargo los pies de Manolo daban pena al contemplarlos. Había ampollas por todos los sitios, de todos los tamaños, unas reventadas y otras totalmente abultadas. Él insistía que aguantaría como fuera y que pensaba llegar a Oporto aunque fuera arrastrándose. Yo sabía que era capaz de ello pero nos dormimos con la incertidumbre se ver como nos encontraríamos por la mañana.

     NOTA: Quiero dejar claro que el desafortunado encuentro que a lo largo de la tarde de este día tuvimos con la gente que os he relatado, no ha de enturbiar en absoluto la amabilidad y cortesía que a lo largo del resto del camino pudimos ver en todas las personas con las que hablamos. Muy al contrario, nuestros amigos portugueses en todo momento estuvieron dispuestos a ayudarnos y a animarnos cuando fue necesario y quiero invitar a todo el que lea estas  palabras a que recorra este país hermano con la mayor tranquilidad.