10-03-03. Hace varios años que me propuse hacer un recorrido fotográfico por los pueblos de la Ramajería. El objetivo principal consistía en recoger con la cámara los últimos vestigios de una arquitectura popular que se va perdiendo a pasos agigantados. Curiosamente se conjugan en esa desdicha dos factores antagónicos: la desoladora despoblación de nuestros pueblos por un lado, y por otro el incontrolado -que no incontrolable- desarrollo de las nuevas formas de explotación del campo. En muchos de estos pequeños núcleos urbanos los viejas viviendas de granito, los grandes corrales y los pequeños casillos de robustas paredes fueron poco a poco abandonados por sus dueños que emigraron o fallecieron. Por desgracia esas en principio imperecederas construcciones tienen su talón de Aquiles en los tejados apoyados sobre vigas y crabios de madera de roble. Con el tiempo, la humedad y la carcoma van minando esa estructura y si no se repara a tiempo termina derruyéndose. Lo mismo ocurre con las viejas balconadas y con las tradicionales y abundantes tenadas que protegen las grandes puertas de madera de loa corrales. La consecuencia primera es la ruina de esos edificios y la invasión por parte de zarzas, cardos y malas hierbas. En algunos pueblos esa es la tónica y te inunda de tristeza el pensar que no hace muchos años entre esas viejas piedras corrían alegres chiquillos ante la esperanzada mirada de sus esforzados progenitores y que las ahora abandonadas viviendas fueron antaño placidos hogares en torno a los cuales soñaron, amaron y tal vez sufrieron los ancianos que ahora veo sentados en los desgastados poyos que aun se mantienen junto a una anacrónica puerta de aluminio.
Pero estos vestigios de un pasado tan cercano para muchos de nosotros, sigue manteniendo, pese al abandono y la ruina, una rancia armonía con el entorno granítico de nuestra tierra. El verdadero desatino se produce cuando los pocos vecinos que quedan en muchos de estos pueblos intentan, si no arreglar si adaptarse a su nueva situación. Entonces comienzan a aparecer los horribles muros de bloques de cemento, los destartalados tejados de Uralita y chapa, las puertas reforzadas con restos de bidones de asfalto; los casillos se sustituyen por chamizos de latas, los gallineros por amasijos de madera, alambres y plástico, y los corrales por enormes naves de bloques sin revocar que se han construido dentro del mismo casco urbano destacando sus desproporcionadas moles entre las antiguas edificaciones semiarruinadas. A su lado los altos silos para los piensos rompen la antaño equilibrada línea del cielo de la que solamente sobresalían las estilizadas siluetas de las espadañas de las iglesias. Estas construcciones tan necesarias para poder sacar rendimiento de los escasos recursos económicos que aun mantienen a las pocas familias que se han quedado a vivir en esta deprimida zona de la Ramajería, debieron construirse alejadas de las viviendas pero la comodidad y sobre todo la incultura y la desidia por parte de la administración están condenando a estos pueblos a una degradación medioambiental que no se merecen. El desaguisado se amplia con la instalación de alguna que otra antena de telefonía móvil y con la construcción de modernas casas diseñadas con un pésimo gusto rompiendo penosamente la antigua armonía estética en la que se conjugaba granito, madera y tejados árabes. Solamente por algún rincón se puede apreciar y alabar el buen criterio de algunos vecinos que han edificado sus viviendas intentando emular a las de sus antepasados utilizando estos últimos materiales aunque solamente sea en la apariencia exterior.
Hoy he estado en La Vídola, Villar de Samaniego y Robledo Hermoso. En este último hay algunas casas que aunque amenazan ruina merece la pena contemplar. Pero después de tomar alguna fotografías me queda tiempo para recorrer el arroyo que pasa al lado del pueblo y que lleva sus aguas hasta el río de Las Uces. Además se de una curiosa roca llamada Peña Ciñía que se encuentra cerca del pueblo al lado mismo de ese arroyo llamado Regato de los Zorros. Ya había visto alguna fotografía y esperaba que tendría mayor tamaño. Pero no me defraudó el contemplar su extraña forma de desfigurado rostro humano. A sus pies el agua brota de un rico manantial y se desliza hasta un pequeño remanso en el arroyo. Me encuentro con el dueño de la finca donde se halla que me cuenta que ni durante la sequía más pertinaz ha dejado de manar y que en el pueblo se le da el nombre de Fuente de la Vida pues antiguamente se lavaban allí las ropas de los muertos. El fin purificador de esa quehacer y la indudable fascinación que debió tener la roca en primeros pobladores de estas tierras nos hace pensar en lo que debió ser antiguamente un verdadero santuario . Como tal lo consideran los prehistoriadotes Luis Benito del Rey y Ramón Grande del Brío en su libro "Santuarios rupestres prehistóricos del Centro-Oeste de España".
Pero mi intención es la de recorrer todo el arroyo y comienzo ascendiendo por su orilla. Pronto salgo del grupo de rocas en el que se sitúa la nombrada peña y veo que la penillanura se extiende a lo largo de todo el paisaje. Solamente algunas pequeñas afloraciones de granito sobresalen en unos campos totalmente controlados por las medianas fincas parceladas separadas por las inevitables alambradas de espinos. Poco a poco el arroyo se va estrechando hasta casi perderse entre la hierba y después de andar unos tres kilómetros decido volver sobre mis pasos para intentar llegar hasta Las Uces. Tras pasar el pueblo de Robledo Hermoso aumenta el pequeño caudal con la aportación de algún manantial y de otros pequeños arroyuelos y el agua se desliza serpenteado a lo largo de un verde valle hasta llegar -en un lugar al que los lugareños dan el inquietante nombre de Tierras de las Ánimas- a la Rivera de Sanchón, llamada así por que a escasos dos kilómetros más arriba discurre al lado de ese pequeño pueblo. Aunque a su vera baja una pista parcelaria prefiero caminar junto al arroyo y puedo contemplar como ante mí alzan el vuelo varios ánsares y algunas cigüeñas blancas. El paisaje no es muy espectacular pero la placidez de caminar por el llano te permite disfrutar de los cantos de los numerosos pájaros ya enfrascados en sus cortejos primaverales. Además camino hacia el poniente y el sol que comienza a descender hacia el horizonte refleja su espectro plateado confundiéndose con los blancos pétalos de las flores de las abundantes ranúnculos que inundan toda la orilla de la rivera mientras ésta se pierde a lo lejos formando pequeños meandros. Es una pena que los abundantes majuelos y los espinos albares aun no estén floridos pues su aroma inundaría del más profundo de los olores a estos prados. Pero no es hasta mayo cuando ello será posible. Mientras tanto disfruto contemplando la majestuosidad de vetustas encinas cuyo porte sobresale entre los más abundantes robles. Esta es una zona en la que se puede observar los vestigios de la silenciosa lucha entre el bosque de robles y el de encinas en los tiempos en los que la influencia de la actividad humana no era tan determinante. Tampoco los fresnos se han cubierto de hojas y solamente puedo ver como su numero aumenta a medida que me acerco a donde veo que el agua se va remansando mientras se enancha el cauce. Esta circunstancia junto y el sonido de un lejano murmullo me hace pensar en la presencia cercana de un molino. Pronto comienzo a vislumbrar la silueta de algún edificio y finalmente puedo ver confundido entre los numerosos fresnos y algún sauce los restos de uno más de estos abandonados artilugios que con tanto esfuerzo fueron construidos por los antiguos molineros. En este caso es el llamado molino de la Vega. Aunque su tejado ya se ha venido abajo, el edificio aun se mantiene en pie y a su lado se alza una presa bastante elevada y bien conservada. El agua la desborda por varios sitios y crea pequeñas cascadas que se destacan entre las sombras que produce la ya entrada tarde. Varios metros más abajo se halla una robusta puente de piedra. Aunque guardando las distancias en cuanto a longitud y altura, esta es más ancha y me recuerda a la Puentepiedra de Cabeza del Caballo. Tomo algunas fotografías y continúo mi camino hasta llegar a una zona en la que ya estuve hace bastantes años cuando junto a Manolo Zapatero y Cesar anduvimos desde Las Uces hasta Peralejos siguiendo el cauce de la Rivera de Casares, la cual se une un poco más abajo a esta por donde voy, aunando sus caudales para, junto a la de Santa Catalina, crear el Río de Las Uces a su paso por el pueblo que le da nombre. Entonces no reparamos en una construcción que hay la lado mismo del río. Desde lejos me pareció un molino ya que el agua está remansada, pero me extrañó no oír el ruido del agua al saltar por la correspondiente presa. Al acercarme pude comprobar que ciertamente existía tal molino ( el llamado Vinculero) pero éste se halla unos trescientos metros más abajo. La obra de mampostería de granito se trata en realidad de una gran noria. Me recordó en seguida aquella otra que vimos por primer vez en Yecla cuando hicimos el recorrido desde este pueblo hasta Cerralbo. Esta de Las Uces es más antigua pero la construcción es similar aunque toma directamente el agua del río, mientras la primera lo hacia desde un pozo excavado en la finca adyacente hasta llegar al nivel del cercano cauce del Huebra. El circulo en el esforzado burro hacia su interminable tiro alrededor del pozo también está elevado unos tres metros sobre el suelo, llegándose hasta él mediante una rampa paralela al largo acueducto por el que se transportaba el agua extraída hasta lo mas alto de lo que debió ser una fértil huerta y que ahora es un prado cubierto de espesa hierba. Ya hace tanto tiempo que no se utiliza esta ingeniosa noria que en un corral adyacente, ya sin techumbre, ha crecido un robusto fresno.
El piélago del que recoge ese agua pertenece a la presa del molino Vinculero. Este es pequeño pero su tejado aun no se ha derrumbado y el hecho de estar aun candada su puerta me hace tener la esperanza de que aun puede mantener el ingenio del molino en su interior. Después de aquí la rivera se ensancha hasta el lugar donde se le une por la izquierda la de Santa Catalina y un nuevo piélago comienza a formarse desde donde ya se pueden ver las primeras casas del pueblo de Las Uces. Antes hay una puente que cruza a la otra orilla pero le faltan algunas de las losas y, seguramente debido a ello y a que su poca altura la hacia poco práctica, se ha construido al lado mismo una más alta de cemento que molesta a la vista del viajero. El piélago es bastante ancho y profundo y llega hasta un molino al que yo recuerdo bien conservado hasta hace unos años, cuando el abandono se adueñó de él y, al igual que ha ocurrido con la mayoría de los que hay por nuestros ríos y riveras, comenzó a transformarse en una más de las ruinas, no solamente físicas sino también culturales, que se van enterrando entre las zarzas. Pero, creo que casualmente, alguien paso por allí y enamorado del entorno lo adquirió a su anterior dueño y dedicó tiempo, trabajo y dinero, sino en su reconstrucción tal como debiera haber hecho la Administración si se preciara de ser considerada como tal, si en su rehabilitación como vivienda- refugio en la que se han intentado conservar los elementos mas significativos de su antigua función.
Ya hace tiempo que me he dado cuenta de que se me esta haciendo demasiado tarde y de que he de darme prisa si no quiero llegar ya anochecido al lugar donde tengo el coche en Robledo Hermoso. Para el regreso tomo el camino vecinal que discurre a lo largo de toda la senda que he venido recorriendo y a marchas forzadas llego hasta allí con la noche cerrada.
12-03-03. El cauce del río es cada día mas exiguo y Manolo y yo decidimos que no podemos esperar más para realizar nuestro descenso en piragua desde Sanchón de la Rivera hasta nuestro pueblo.Salimos desde allí a las cinco de la tarde y solamente ver el hilo de agua que tiene el pequeño riachuelo, nos hace presagiar que no nos va a ser fácil el descenso. Sin embargo pronto vemos que la principal dificultad no va a ser esta sino los numerosos pontones y pequeñas puentes que comenzamos tener que sortear en seguida. Ello supone tener que bajarse de la piragua y transportarla aunque solamente sean unos metros. Además comenzamos a ver que también hay alambradas de espinos que atraviesan el maqueño cauce separando las parcelas. Pero estas últimas no presentan tanta dificultad ya que la mayor parte están rotas debido a las fuertes crecidas de la corriente durante este lluvioso año.
A medida que descendemos por esta rivera de Sanchón va disminuyendo la cantidad de pontones y puentes y va aumentando la cantidad de agua debido entre otras cosas a que se han construido disimuladas represas para formar cahozos donde conservar aquella durante el largo y seco verano. Así llegamos al lugar donde se une por la derecha el arroyo de Los Zorros que pasa ala lado del pueblo de Robledo Hermoso y seguimos la ruta que he descrito más arriba cuando pasé andando por ella hace dos días. Hasta Las Uces hay tres tramos bastante largos y profundos como para disfrutar del remo sin tener que bajar de la canoa. Me refiero a los piélagos del molino de La Vega, el del Vinculero y sobre todo el del que hay en el mismo pueblo. Al comienzo de este último remanso tenemos la suerte de contemplar la presencia primero de una y luego de tres aves de un intenso color blanco que creo pueden ser o garcetas comunes o garcillas bueyeras. Cualquiera que se a la especie es la primera vez que las veo en nuestro río y nos proponemos volver por esta zona para intentar fotografiarlas e identificarlas. Además, aunque no lo he mencionado, a nuestro paso por el río hemos ido disfrutando del alzar el vuelo de numerosos ánsares, cigüeñas blancas, algunas garzas reales, al menos un martín pescador, varios chorlitejos y lavanderas, amen de los numerosos pajarillos que ya están nidificando en los matorrales de la orilla de agua.
Pasamos bajo el puente viejo de Las Uces y luego bajo el recién estrenado de la carretera de Aldeadávila. Un poco más abajo hay una mediana puente de piedra a la que nos acercamos dudando si podremos pasar por uno de los vanos aunque sea agachando las cabezas. Encima de ella se ha colocado un paisano que intenta indicarnos por donde hemos de pasar. Entonces se nos atraviesa la piragua, la corriente nos empuja contra las piedras de la puente y hace que aquella vuelque. Ya otro hombre y varios niños se habían acercado hasta allí y el cachondeo fue el esperado en una situación como aquella. Totalmente empapados de agua y con una cierta sensación de ridículo seguimos descendiendo el río, ahora acompañados por un niño que montado en su bicicleta nos iba indicando ilusionado por donde debíamos ir para sortear unos pontones, otra pequeña puente y los vados que nos fuimos encontrando. Cuando el sendero que va ala lado del agua se terminó nos despedimos de él haciéndole sentir la sensación de que nos había servido de gran ayuda pudimos remar un largo tramo sin ningún obstáculo hasta llegar al molino del Tío Germán. También éste se halla cerrado pero el tejado comienza a hundirse y sé que ya casi no tiene ningún artilugio dentro. Por allí pasa el camino parcelario que une Valderrodrigo y Valsalabroso. Éste cuza el rió sobre un vulgar alcantarillado de tubos de hormigón cuya estética contrasta con los antiguos pontones y puentes que hemos venido sorteando. También es una pena que ésta que debió ser una zona bonita cuando el molino estuvo en funcionamiento esté cercana a la desembocadura del arroyo que trae las aguas residuales de Valderrodrigo así como una gran cantidad de plásticos y otras basuras arrastradas por las fuertes lluvias de este año. Es el sino de nuestros tiempos, algo que sucede en todos nuestros pueblo y que no se terminará hasta que haya una concienciación del daño que se hace a la naturaleza cuando no se controla el destino de nuestros residuos, por nimios que nos parezcan.
Comienza a atardecer y nos tememos que no podremos llegar a nuestro destino antes de que anochezca. Solamente una pequeña puente semiderruida nos interrumpe la llegada al piélago del molino del Ran. Este es unos de los tramos más largos de los que hemos pasado y aprovechamos para darle fuerte al remo y ganar tiempo. Esta zona es una de las interesantes del Río de Las Uces. Tengo la descripción y algunas fotografías en la página del río.
Para cuando llegamos a la Puente de Las Vegas -Tras la Puentepiedra, esta es la segunda más grande de las que hay en el río. Desgraciadamente hace unos diez años una crecida se llevó parte de la misma y los responsables de arreglarla lo hicieron a base de hormigón: Pero aun conserva un tramo importante de su vieja estructura.- Hemos llegado al término de nuestro pueblo y la falta de luz nos impide ver los obstáculos que se pueden hallar en el cauce del río, pero como hace solamente unos días que descendimos por aquí conseguimos sortearlos sin dificultad para llegar a nuestra meta en al Puente del Cacho a las ocho de la tarde, y ya es de noche de nuevo.
Fotografías de: La Vidola Villar de Samaniego Robledo Hermoso Las Uces