Seguramente la noche del día 21 fue durante la que peor descansamos. El sigilo con que nos escondimos en el pequeño bosque nos hacía sentir como verdaderos clandestinos. Por ello pensamos que en cualquier momento, dada la cercanía de las viviendas y del camino que llegaba hasta ellas, alguien iba a aparecer junto a nosotros. Ese temor se incrementaba con los constantes ladridos de los perros que abundaban por allí que sentían la presencia de extraños. Cuando ya nos estábamos durmiendo, después de haber cenado nuestra habitual ración de embutidos, un potente foco iluminó toda la zona. Seguramente alguno de los dueños de las casas le pareció alarmante tanto ladrido. Nosotros estábamos situados fuera del alcance de la luz pero, aunque esta se apagó en seguida, contribuyo a aumentar nuestra intranquilidad. Otra de las circunstancias que retrasó nuestro sueño fue la cercanía de la vía del tren, el cual, después de circular paralelo al río durante más de cien kilómetros, se separa de éste y asciende hacia las penillanuras del norte. También nos desvelo la constante caída de piñas. Felizmente nos habíamos acostado al lado de un roble y no bajo los pinos ya que la caída de una de aquellas en la cara podría producir una buena herida.
Salimos por la mañana, como siempre contemplando la aurora, y ello supuso casi una liberación a pesar de que comenzar a andar precisaba de una preparación sicológica para aguantar los primeros cintos de metros hasta que nos hacíamos de nuevo al sufrimiento. El camino por el que regresamos a la carretera era verdaderamente inclinado y daba pena ver como intentábamos mantener la compostura para no caernos. Luego comenzamos bordeando un amplio recodo del río pero pronto la carretera comenzó a ascender y, de nuevo, nos hallamos entre pinos subiendo hacia una zona que, a pesar de no tener demasiada altitud sobre el nivel del mar nos hace pensar que nos hallamos en la montaña. Pero una vez llegado hasta lo mas alto volvemos a descender en dirección al Duero.
Según nos vamos acercando al pueblo de Alpendurada vemos como, a un lado y a otro de la carretera, comienzan a abundar las industrias relacionadas con la extracción y transformación de granito. Algunas son verdaderos talleres artesanales a la intemperie en los que los picapedreros se afanan en arreglar los duros bloques de piedra para crear jambas, esquinas, columnas. dinteles...Varias potentes explosiones nos hacen dirigir la mirada hasta la montaña y podemos comprobar la existencia de una gran cantera en lo alto de la montaña.
Pronto llegamos hasta cerca de otra de las presas que van domesticando el caudal del Duero y después hasta un pueblo llamado Entre os Rios el cual nos parece más una importante barriada de la ciudad de Castelo de Paiva, situada al otro lado del río. Aquí se está terminando de construir un importante puente más abajo de otro antiguo de piedra, también bastante grande aunque parece construido en el siglo XVIII o XIX. Este nos permite cruzar sobre el mayor de los afluentes -el río Tamega- que hasta ahora hemos visto llegar hasta el Duero y después seguimos adelante mientras la temperatura nos hace agradecer las sombra de los árboles cercanos a la carretera. Precisamente aprovechamos la de un pequeño bosque de eucaliptos para detenernos a comer y a descansar un poco.
Desde aquí ya comenzamos a ver barcos cada vez mas grandes pero casi todos ellos son viejos cascarones dedicados al transporte de mercancías. Cerca del puente que están terminando de construir hay varias grandes graveras y es hasta allí a donde llegan estos destartalados barcos para transportar los áridos río abajo a una velocidad pasmosa. Vamos por una carretera bastante cerca del agua pero aquí el río esta bastante encajonado entre rocas y los pinares que se extienden por toda la ladera nos vuelve a hacer creer que andamos entre montañas. Ha desaparecido aquel paisaje de campiñas densamente pobladas por las que habíamos venido y caminamos mas de diez kilómetros sin ver ningún núcleo urbano cerca de la carretera. Durante ese tramo fue seguramente durante el que más sed pasamos ya que, pensando que nos sería fácil encontrar agua, no nos habíamos aprovisionado de la suficiente. Pasamos cerca de un mirador que se hallaba situado a nuestra izquierda pero había que subir unas escaleras y era ya tal nuestra falta de fuerzas que pasamos de mirar las seguramente hermosas vistas que desde allí se podían apreciar. Finalmente avistamos una población cerca de Rio Mau y nos dirigimos al primer bar que encontramos: el "Cafe Convite". Las cervezas que nos bebimos nos supieron a gloria. Allí entablamos conversación con el dueño del bar, el señor Manuel F. Rodrigues y, él en portugués y nosotros en castellanos, pudimos pasar un buen rato hablando de nuestra pequeña aventura y de los lugares por donde habíamos venido. Nos mostró un montón de antiguas fotografías en las que se podía ver el esforzado trabajo de las numerosas cuadrillas de operarios que habían construido los bancales de aquellas viejas heredades que tanto nos habían impresionado. Otras ilustraciones, todas ellas en blanco y negro, mostraban actividades propias de la elaboración del vino y del aceite así como estampas de la vida cotidiana de las gentes que habían modelado el paisaje por el que habían discurrido nuestros pasos. Nos llama la atención la fotografía de un viejo puente de hierro cuyo armazón se asentaba sobre grandes pilares de granito. Pensamos que pasaríamos junto a él más adelante pero el señor Manuel y una persona mayor que se unió a nuestra conversación nos hicieron recordar un luctuoso acontecimiento que ocurrió por aquellos lares durante el invierno del año 2001. Seguro que todos tenéis en la memoria el derrumbamiento de un puente, uno de cuyos pilares no pudo resistir las fuertes crecidas que mantuvieron durante meses el cauce del Duero muy por encima de su nivel normal. Un autobús que cruzaba sobre él cayo al agua y fueron numerosas las victimas que dejaron allí su vida sumergidas dentro del vehículo a arrastrados por el agua has el mar. Alguno de los cadáveres recuerdo que los llevaron las fuertes corrientes marinas hasta las costas de Galicia. Nos contaron que ya habíamos pasado junto al fatídico lugar donde se produjo la tragedia y que precisamente aquel nuevo puente que vimos se estaba terminando de construir en Entre Os Ríos, se erguía en el mismo lugar y en sustitución de aquel que había cedido al empuje de las crecidas aguas del Duero, posiblemente ayudadas por las excesiva extracción de áridos cera de sus viejos pilares de piedra.
El tiempo nos obliga a dejar la agradable compañía de aquellas gentes y debemos continuar nuestra senda. Cargados con nuestras inseparables mochilas pero, también alentados por la distancia que ya creemos controlada y con las fuerzas recuperadas, nos lanzamos carretera abajo intentado caminar la mayor parte de aquella antes de que llegue la noche. Pasamos Rio Mau y llegamos ya anochecido al pueblo de Melres. También en este lugar las casas se distribuyen a lo largo de la carretera y ello nos hace volver a encontrarnos con el problema del día anterior, ya que no damos hallado un lugar en el que podamos cenar y reposar nuestros cansados cuerpos. Así continuamos andando de noche un buen trecho sabiendo que era camino adelantado a pesar de que nuestros pies ya casi no soportaban el duro asfalto. Era patético ver la avidez con que buscábamos los arcenes que tuvieran el mínimo resquicio de blanda arena. Incluso pensamos dormir dentro de un cementerio junto al que pasamos pero desistimos ya que sus bajas paredes delatarían nuestra presencia. Pero por fin encontramos una zona algo despejada entre las casas y nos separamos un poco hasta un verde prados en el que hacía poco que se había segado la hierba y presentaba una superficie llana y limpia. Allí pasaríamos nuestra última noche a la intemperie. De nuevo cenamos lo que nos quedaba de nuestras viandas aunque no logramos terminarlas todas. Luego nos preparamos para dormir pensando que los 24 kilómetros que nos quedaban hasta Oporto era pan comido.