El Molino de Lucas es otro de los lugares que se pueden visitar llegando desde Cabeza del Caballo. Todavía lo recuerdo funcionando. Aún queda el sendero por donde la gente llegaba con los burros para, pasando por la Puentepalo, dejar los sacos de trigo para el pan blanco, de centeno para el pan negro, de cebada para los caniles.El pan blanco era el de los ricos, el pan negro el de los pobres y los caniles, como su nombre indica el de los perros. Claro que durante los años del hambre, durante la posguerra, hasta los ricos comían caniles, un lujo para los pobres que tenían que contentarse con la sopa de cardos o pelando las patatas del caldero de los cerdos, aquel que colgaba de las llares al fuego lento de la lumbre durante toda la tarde. Me han contado que algunas madres les daban con las "tenaces" en los dedos a los muchachos diciéndoles: "¡Coño!¡ Dejar algo pa los cochinos!".
Los últimos moradores de este molino fueron Casimiro y Lucas. Ambos hermanos estaban solteros y hasta muy mayores mantuvieron en funcionamiento las aspas ,los rodesnos,laspiedras ,las tolvas...hasta que Casimiro murió. Lucas no pudo aguantar la soledad y el dolor por la muerte de su hermano. Un día desapareció. Las campanas de la iglesia tocaron a arrebato. Todos salieron en su busca y su cuerpo se encontró flotando en Vegamora al lado de una pequeña peña. El río estaba tranquilo pero curiosamente, pese a haber vivido siempre junto al agua, pese a haber pescado en el piélago del Cahozo desde las balsas de bayones, Lucas no sabía nadar y, zambulléndose en el agua, fue a encontrarse con su hermano junto al compañero que les había unido desde siempre, nuestro pequeño río.
Con el también murió el molino; su puerta, primero cerrada, más tarde forzada y abierta también se la llevó una crecida y entre unos y otros se fue desmantelando hasta no quedar más que unos míseros restos en su interior. Pronto se le caerá el tejado como ya ocurrió con los corrales que le circundan y se convertirá en otra más de las ruinas de molinos que se han ido rindiendo al tiempo y la desidia a lo largo de toda las riveras de la zona.
En la pequeña huerta abandonada solo un vejo nogal y un decrepito almendro sobresalen sobre las invasoras retamas y las zarzas. Entre ellas se esconde una fuente de agua cristalina que nunca se seca y se mantiene limpia gracias a las esporádicas visitas de los pocos que aun nos perdemos por el campo.